jueves, 10 de septiembre de 2020

NO ES DESERCIÓN. ES EXCLUSIÓN.

 El estado no debe ser cómplice de la desvinculación escolar de cientos de miles de estudiantes.

NO ES DESERCIÓN. ES EXCLUSIÓN.
Por León Trahtemberg
Resulta molesto leer o escuchar que se diga que, si un alumno o alumna no continúan su vínculo con la escuela, son desertores, palabra extraída del lenguaje militar para aludir a los traidores o irresponsables con ciertas obligaciones. En el caso más amigable se habla de abandono escolar, pero en ambos casos se coloca la culpa en los alumnos que se desvinculan de la escuela.
En realidad, es la escuela la que fue incapaz de retenerlos y ejecuta una exclusión pasiva, al no crear las condiciones para que las niñas, los niños y los jóvenes quieran y puedan continuar el vínculo con la escuela.

La educación básica es obligatoria en el sentido de que se obliga a sí misma, a través del Estado o los proveedores particulares, a crear condiciones para que los alumnos puedan aprender, que es la gran promesa escolar, para lo cual diseña un currículo, recursos y contrata profesionales (maestros). En lugar de autocriticar y resolver todos esos factores de la oferta educativa, lo más cómodo para el Estado es decir que los alumnos (o sus padres) son los responsables o culpables de la desvinculación escolar.

Y en esta temporada de educación a distancia eso se ha hecho notorio tanto en alumnos que no acceden a las pantallas e Internet (muy especialmente los más vulnerables que aún esperan que les lleguen las tabletas) como aquellos que teniendo el acceso están crecientemente resistentes a conectarse, frustrados, hartos y/o aburridos con la propuesta pedagógica "a distancia" o "virtual".
Caería bien un poco de autocrítica del sistema, en vez de cargar de culpas a las familias y alumnos.

No debiera ocurrir que Estado -con sus rígidas normas centralistas, reglamentaristas y de “talla única” frente a la diversidad, así como sus propuestas curriculares, pedagógicas y de rendición de cuentas- sea el gran cómplice de la exclusión escolar de centenas de miles de niños que tanto costó que confiaran en que vale la pena intentar sacarle provecho a la escolarización. Y si a eso se agrega la pretensión de declarar que no habiendo logrado lo suficiente los alumnos deben repetir de año, se aumentará el dique del retorno de la exclusión.

Este año atípico debe ser visto como el primer medio ciclo del bienio 2020-2021 de modo que sea la época del retorno a clases regulares la que determine los temas de evaluación de aprendizaje y logros para continuar en el grado.

Algunas palabras de autocrítica, comprensión y aliento a las familias y a los alumnos por parte de los gobernantes podrían animar a todos aquellos que la están pasando mal en el contexto de la educación remota actual. Y algunas orientaciones a padres y maestros para bajar el estrés y la angustia por el avance escolar también pueden ser de mucha ayuda. Después de todo, este es un año que debe procurar asegurar la continuidad del vínculo escolar más que enfocarse en la evaluación de aprendizajes para deslindar entre los que aprueban o no las áreas curriculares convencionales, en contextos tan atípicos y desfavorables.

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