martes, 21 de junio de 2022

ENTRE EL BULLYING Y EL CANCER

 ENTRE EL BULLYING Y EL CANCER

Por León Trahtemberg
Así como el cáncer está omnipresente y afecta a todo tipo de personas de todas las sociedades, del mismo modo la violencia social está presente en todas los grupos humanos y su expresión en términos de bullying existe en toda aula escolar en la que unos alumnos ejercen el poder sobre otros en diversidad de formas y ocasiones.
Lo que sí se puede hacer es reducir la posibilidad de ser afectados por el cáncer (no fumar, comer alimentos no cancerígenos, etc.) y en caso se detecte su aparición, reaccionar de inmediato y utilizar todos los medios tecnológicos y científicos para extirparlo o evitar su propagación.
Del mismo modo, se pueden crear condiciones para que el bullying aparezca con menor frecuencia e intensidad, y en caso de aparecer, canalizar su abordaje de inmediato para reducir su reiteración y sus efectos tóxicos.
Sin embargo, lo que puede ser efectivo para el cáncer, una cirugía radical que extirpa el tumor, no es efectivo para el bullying, por dos razones: una, no se trata de eliminar al agresor, porque éste también es un estudiante que tiene derecho a la educación y eso incluye aprender a comportarse sin agredir a terceros. Dos, usualmente al eliminar a un agresor aparece otro que ocupa ese rol, y la víctima vuelve a serlo, porque si no se trabaja sobre las razones por las que en un grupo aparecen agresores y agredidos, no se logrará mucho. Por ejemplo, si se trata de un salón al que se le ha incitado a ser competitivo, siempre habrá unos que ganan y otros que pierden, lo que dibuja un escenario de poder, burla y humillación de parte de los vencedores hacia los vencidos. Esos “cargamontones” contra el débil, el indefenso, el que saca bajas notas, el que tiene conductas diferentes a las esperadas para su género, el que tiene color de piel o forma de hablar no estandarizada, el que denota menores niveles intelectuales, será la víctima preferida de los encumbrados como “superiores” en el grupo.
Por lo tanto, es importante analizar qué características tienen los colegios en su estructura de poder y sus estrategias pedagógicas que facilitan la aparición del bullying.
Por ejemplo, en colegio con un fuerte clima autoritario en la relación de los directores con los profesores, se reproducirá esa fórmula autoritaria en la relación de profesores con alumnos y entre los mismos alumnos. Todo el que tenga poder lo ejercerá sobre quien no lo tenga. Y si por miedo no lo puede hacer dentro del colegio lo hará fuera o en las redes sociales. Otro ejemplo: en los salones donde se valora mucho los “rankings” que diferencian a los “buenos” de los “malos” alumnos, se crea un sentido de superioridad en unos que se canaliza en el maltrato a los percibidos como débiles (o los “brutos”). También puede ocurrir a la inversa, si es que el “mejor alumno” (“nerd”) no goza de la simpatía de los líderes del salón.
La actitud del maestro también juega un rol: un maestro que tiene preferencias, o que juzga a los alumnos con varas diferentes según su prestigio social, o que se muestra indiferente al maltrato de los “poderosos”, en esencia avala al bullying como estrategia al servicio de los más fuertes y abusivos. Y así podríamos seguir…
De allí que no se vea mucho bullying en ambientes donde los alumnos aprenden a convivir armoniosamente, respetando las diferencias de modo inclusivo, en el que los profesores tienen una relación horizontal, amable y personalizada con sus alumnos, que los lleva a intervenir cuando ven que hay algo que está perturbando la tranquilidad y el bienestar de cualquiera de sus alumnos.
Por eso cuando leo o escucho que se dan normas que esencialmente incitan a denunciar y sancionar a los buleadores sin que eso sea parte de un intento de construir una comunidad socialmente sana y libre de agresiones, no dejo de sentir que es una lavada de manos frente al problema que involucra al conjunto de los actores institucionales y la totalidad de los integrantes del salón de clases donde esto ocurre.
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