domingo, 17 de febrero de 2013


DEL LABORATORIO AL PLATO I

Periodista
Los organismos vivos modificados (transgénicos): ¿Saludables? (Foto: FIAN).
Los organismos vivos modificados (transgénicos)  reconfiguran todo lo que hasta ahora tenía de ancestral nuestra sociedad. Algunos afirman que la soberanía alimentaria está en peligro; otros, que lo que comemos ni nos alimenta ni es saludable ni nos proporciona placer, pues los insumos utilizados para su elaboración son producto de la manipulación genética y contienen sustancias nocivas. Otros hablan de la vuelta al feudalismo con transnacionales de la alimentación viviendo de las patentes. Hace 10 mil años el hombre se hizo sedentario cuando descubrió la agricultura y la ganadería, y desde hace medio siglo sus descendientes más evolucionados podríamos estar poniendo en peligro el histórico legado.
Hace pocos días, una investigación reveló que 200 ratas de laboratorio alimentadas exclusivamente con maíz transgénico, tratado con herbicida Roundup, desarrollaron severas anomalías. Las hembras mostraron diversos tumores mamarios que alcanzaron hasta el 25% del peso del animal, y los machos vieron seriamente afectados sus órganos depuradores, es decir, el hígado y los riñones. De las ratas así alimentadas, el 70% de las hembras y el 50% de los machos murieron de forma prematura.
El maíz es el NK603 de la marca Monsanto, tratado con el herbicida estrella de la casa, el Roundup, cuyo principio activo es el glifosato. El estudio podría dar respuesta a los casos de tumores mamarios en mujeres de las zonas de Sudamérica donde se cultivan transgénicos. Las ratas motivo del estudio fueron alimentadas exclusivamente con este maíz o con agua que contenía débiles dosis del herbicida.
El responsable de la investigación es Gilles-Eric Seralini, director del Comité de Investigación e Información sobre Ingeniería Genética y profesor de la Universidad de Caen en Francia; y aunque el experimento ha sido realizado por diversos laboratorios de ese país e Italia —que se mantienen en el anonimato para evitar represalias—, el maíz estudiado proviene del Canadá, donde se cultiva y se permiten las pruebas, a diferencia de lo que pasa en algunos países europeos como Francia. La conclusión más impactante es que desde hace 50 años se utilizan ratas o células humanas en el estudio de productos que no pueden ser probados en humanos. Si se observan efectos secundarios serios no se realiza el ensayo en personas, y el producto es prohibido; sin embargo, esto es válido cuando se trata de medicamentos, pues transgénicos, pesticidas y productos químicos no están sujetos a este procedimiento.
Según el doctor Seralini, luego de 15 meses de estudio “hemos demostrado que, incluso a bajas dosis, la alimentación con transgénicos es muy tóxica y letal en muchas ratas; si se tratara de un medicamento, su uso sería inmediatamente suspendido a la espera de más investigaciones. Porque estos transgénicos los tenemos cada día en nuestro plato de carne, en los huevos y en la leche”.
Efectos de transgénicos y herbicidas sobre la salud de humanos y animales
Las conclusiones de Seralini no son nuevas: en diferentes artículos suyos publicados desde el 2007 —en revistas de divulgación científica—, el científico ya revelaba: “Aun en dosis diluidas al mil por ciento, el Roundup actúa a solo 18 horas de exposición estimulando la muerte de las células de embriones humanos, lo que podría provocar malformaciones, abortos, problemas hormonales, genitales o de reproducción, y diferentes tipos de cáncer”.
Seralini documentó sus investigaciones con casos probados de abortos y partos prematuros de trabajadoras rurales expuestas a la sustancia. “A menor proporción —dice el estudio—, el Roundup también produciría dificultades en el desarrollo óseo y problemas de alergias”. Otra investigación, del Departamento de Microbiología e Inmunología del Medical College de Nueva York, daba la razón a Seralini, confirmando el alto grado de toxicidad del Roundup sobre las células humanas.
La Academia Americana de Medicina Ambiental norteamericana (AAEM) va más lejos, pues además de reconocer las nefastas consecuencias del uso de este pesticida, reconoce que los alimentos transgénicos son nocivos para la salud. En un comunicado emitido el 2009, la AAEM advirtió que los OVM representan un “grave riesgo sanitario para las áreas de toxicología y alergia; y para la función inmunitaria, así como para la salud reproductiva metabólica, fisiológica y genética”.
La presidenta de la AAEM, la doctora Amy Dean, manifiesta que en los estudios realizados con animales tenían pruebas de que los alimentos transgénicos provocaban daños en el sistema reproductivo, como infertilidad, desregulación del sistema inmunitario y de los genes asociados con la síntesis del colesterol; los transgénicos a los que estuvieron expuestos los animales también les causaron envejecimiento acelerado, regulación de la insulina y otras alteraciones celulares.
Dean demandó a los Estados Unidos una moratoria de alimentos transgénicos en “salvaguarda de la salud pública, así como el etiquetado de los OVM, campañas médicas para evitar el consumo de estos alimentos y que los médicos comiencen a tomar en cuenta el papel de los OVM en la aparición de ciertas patologías”. Dean también exigía mayor independencia en los estudios científicos, con el fin de investigar los efectos de los alimentos transgénicos en la salud humana.
La moratoria propuesta nunca fue aceptada; por el contrario: desde las diferentes administraciones norteamericanas se han firmado tratados de libre comercio con diferentes países, en los que se contempla la exportación de semillas de cultivos OVM. El Perú es uno de los países con los que Estados Unidos ha firmado uno de estos acuerdos.
La investigación de Seralini y, en su momento, las afirmaciones de la AAEM, agravan las interrogantes sobre los transgénicos y sobre quién se beneficia con estas ‘modernidades’. Algunos gobiernos y entidades supranacionales dicen que son necesarios para acabar con el hambre; sin embargo, gran parte de los transgénicos se destinan al engorde de animales que alimentan a los países con recursos y al combustible que queman sus autos.
Transnacionales transgénicas
La compañía que domina el mercado de la biotecnología es la estadounidense Monsanto, que el año pasado obtuvo ganancias por un valor de 12 mil millones de dólares. La transnacional es dueña de la patente del DDT, que en los años 50 del siglo pasado era promocionado como una sustancia orgánica capaz de introducirnos en la modernidad de la agricultura intensiva, pues prometía inmunidad total a los cultivos. En 1972 el DDT fue prohibido por la Agencia de Protección Ambiental de los Estados unidos (EPA), pues se comprobó que el insecticida interfería en la cadena atrófica y causaba fallos en la reproducción y en el desarrollo de los animales expuestos a la sustancia; además, se comprobó que atacaba el sistema inmunológico: donde se utilizaba, las aves salvajes morían. El DDT aún es usado para luchar contra el mosquito causante de la malaria y el paludismo.
Aun en dosis diluidas al mil por ciento, el Roundup actúa a solo 18 horas de exposición estimulando la muerte de las células de embriones humanos, lo que podría provocar malformaciones, abortos, problemas hormonales, genitales o de reproducción, y diferentes tipos de cáncer.
Otra de las ‘creaciones’ de la multinacional es el Agente Naranja, utilizado por Estados Unidos en la guerra de Vietnam, con el objetivo de acabar con la tupida selva en la que el Vietcong encontraba refugio. Uno de los “daños colaterales” se muestra en aquella famosa foto de la niña vietnamita quemada por el gas, corriendo desnuda por las calles. Esta “arma química de destrucción masiva” afectó a la población y a los propios soldados estadounidenses que la manipularon.
El Agente Naranja había sido utilizado en el pasado como defoliante; sin embargo, el que se usó en Vietnam presentaba una alta dosis de dioxina, un subproducto cancerígeno que ha sido el causante de malformaciones entre los descendientes de los expuestos a la sustancia. Más de cuatro décadas después, los campos donde fue rociado este pesticida aún son tierra estéril.
Monsanto también tiene la patente del PCB, refrigerante resistente al fuego, muy estable, que no conduce la electricidad, de baja volatilidad a temperaturas normales, insoluble en agua, químicamente estable, altamente aislante y no inflamable. Aunque las características del PCB lo hacen ideal para la elaboración de productos industriales y de consumo, éste es también peligroso para el ambiente. La transnacional Monsanto ubicó su planta de PCB en la ciudad de Anniston, Alabama, y los residuos vertidos por ella han causado entre la población del lugar tumores cerebrales, cáncer, diabetes y hasta hepatitis. Durante décadas Monsanto contaminó y ocultó información. Según un documento desclasificado por la transnacional, desde 1937 Monsanto estaba al corriente de la contaminación por PCB.
Según la EPA, en Anniston se produjeron 308.000 toneladas de PCB, allí, 27 toneladas de residuos de este material fueron emitidas a la atmósfera y 810 toneladas lanzadas a unas canalizaciones de evacuación de las aguas que terminaron en el canal de Snow Creek. Otras 32.000 toneladas de desechos contaminados han sido depositadas en un vertedero a cielo abierto.
En febrero del 2002, Monsanto y Solutia (la filial de la transnacional dedicada a la fabricación de PCB) fueron declaradas “culpables de contaminar Anniston y la sangre de su población con PCB”. Los daños fueron fijados en 700 millones de dólares, y la suma sería compartida entre los 3.516 demandantes, uno de los cuales, David Baker, presentaba una tasa del contaminante de 341 ppm (partículas por millón) en sangre, cuando el nivel aceptable es de 2 ppm.
El policloruro de bifenilo (PCB), junto con el DDT y el dióxido, componente generado en la fabricación del Agente Naranja, están considerados por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) como 3 de los 26 contaminantes orgánicos persistentes (COP), los más nocivos fabricados por el ser humano. Estas sustancias se continúan utilizando, pero en el 2025 deberían estar fuera de nuestro alcance.
Yo no juego
En mayo del 2001, los gobiernos de 151 países se reunieron en Suecia y firmaron el tratado de Estocolmo, destinado a restringir y a eliminar la producción, utilización, emisión y almacenamiento de COP, “por tratarse de sustancias con propiedades tóxicas que se resisten a la degradación, se acumulan en organismos vivos y se propagan por el aire, el agua y las especies migratorias”.
El convenio de Estocolmo entró en vigor el 2004, con la firma de 151 países; actualmente, 172 países lo han ratificado, entre los cuales no se encuentra Estados Unidos. El convenio también manifiesta que los COP provocan problemas de salud, especialmente en países en vías de desarrollo, y señala que se ha de incidir en velar por la salud de las mujeres, porque “son la vía de transferencia genética para las futuras generaciones”.
Dulce y amargo
El aspartamo, edulcorante rey de las dietas hipocalóricas, comercializado bajo el nombre de Nutrasweet, también es marca Monsanto. Identificado como E-951 y consumido por más de 200 millones de personas en todo el mundo, se encuentra presente en más de 600 productos de nuestra dieta diaria. Recientes estudios demuestran que consumir más de 1 gramo al día sería contraproducente para la salud.
Desde 1981, año en que el aspartamo fue aprobado en los Estados Unidos, diferentes estudios revelaban que la sustancia —administrada a ratones— era causa de tumores de todo tipo. En 1987, Jim Turner, defensor del consumidor, presentó una investigación ante una comisión investigadora del Senado estadounidense que concluía: “El aspartamo causa tumores cerebrales y no es seguro para el consumo humano”.
En 1997, un estudio del catedrático de Bromatología de la Universidad Autónoma de Barcelona Marià Alemany confirmó que el aspartamo podría provocar alteraciones en la salud, debido a que, además de estar compuesto por dos aminoácidos —el ácido aspártico y la fenilalanina—, “contiene una pequeña cantidad de metanol que al ser ingerido se convierte en formol y es imposible de eliminar de nuestro organismo, pues se engancha al ADN y afecta las células”.
En estudios realizados en 1997, en 2003 y en 2006, el director de la Fundación Europea de Oncología, el doctor Morando Soffritti, luego de experimentar con ratas y ratones, manifiesta: “El aspartamo en condiciones experimentales es capaz de causar tumores y cáncer en hígados y pulmones en al menos dos especies de animales; por lo tanto, el edulcorante necesita una revisión de la normativa”.
El primer fabricante de aspartamo fue GD Searle & Company. En 1981, pese a los estudios desfavorables, la sustancia fue aprobada por Estados Unidos, cuando el presidente de Searle era Donald Rumsfeld, quien “casualmente” trabajaba también en la toma del gobierno por Ronald Reagan. En 1985, con el aspartamo aprobado, Monsanto adquiere GD Searle. Por la “oportuna” transacción Rumsfeld cobró personalmente 12 millones de dólares.
Entre los productos de Monsanto también tenemos el Posilac, un transgénico elaborado a partir de la manipulación genética de la somatotropina, hormona natural secretada por la hipófisis de las vacas después del nacimiento de un ternero para estimular la producción de leche. A fines de 1970 Monsanto aisló el gen responsable de la producción de la hormona y lo introdujo en una bacteria, con lo permitió su fabricación a gran escala.
Esta hormona, inyectada dos veces al mes, permite aumentar la producción lechera en al menos un 15%. Comenzó a ser comercializada a partir de 1994, después de haber obtenido la homologación de la Food and Drug Administration (FDA). El Posilac es el producto más controversial autorizado por la agencia alimentaria, pues causa diferentes afecciones e infecciones en los animales, lo que obliga a suministrarles antibióticos que luego ingerimos nosotros mismos.
Cistitis ovárica, desórdenes uterinos, disminución de la gestación y del peso de los terneros, fiebres sin causa aparente, desórdenes digestivos y lesiones en las ubres que pueden causar la necrosis del tejido: todas estas dolencias se han diagnosticado en los animales tratados con Posilac; lo peor es que si se suspende la administración de la hormona, la vaca puede presentar síntomas de abstinencia que la pueden llevar a la muerte. De ahí que al Posilac se le conozca como el “crack de las vacas”.
La producción forzada de leche más allá de las capacidades naturales de la vaca conlleva efectos fisiológicos que ponen en peligro la vida del animal. Aunque la FDA conoce estas consecuencias, y aun cuando sobre el Posilac pesan numerosas dudas, la Agencia —en una “oportuna” modificación de su reglamentación— introdujo el concepto de “riesgo manejable” (“manageable risk”); así lo prueba un documento interno de la FDA fechado el 31 de marzo de 1993.

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